Perspectiva sobre la desmanicomialización
Por Analia Casal
Los manicomios hace mucho que no deberían existir. En la actualidad esta estructura resulta obsoleta porque lejos de reinsertar al paciente en la sociedad, lo enajena. En estos lugares el enfermo mental pierde sus derechos básicos como ser humano porque se reduce a la persona a la reclusión perpetua y al aquietamiento tanto físico como mental. La única contención posible la dan los muros del lugar y la medicación impartida según manuales de antaño.
Los pacientes llegan con un problema y a poco de entrar suman muchos más porque ni siquiera pueden contar con quienes tendrían que velar por su salud, dado que el sistema se encarga de devorarlos por igual a pacientes, trabajadores y profesionales.
Por culpa del encierro sistemático, la mayoría de los enfermos pierde su identidad porque a nadie le importa ni su nombre, ni su familia, ni su historia. No tienen nada que los haga sentir ellos mismos y quedan aislados del contexto, en tiempo y espacio. Por esta razón, las terapias a largo plazo que ofrecen los hospitales psiquiátricos no hacen más que crear nuevos presos sociales y no enfermos en recuperación.
El desafío consiste en reformular tanto el imaginario social como la forma de concebir la locura y a través de esto, pensar nuevos mecanismos para que el enfermo pueda ser incorporado en forma activa dentro de una sociedad que brinde medios de contención nuevos y efectivos.
Los manicomios deberían desestructurarse y convertirse en pequeñas células de salud mental dentro de hospitales generales, donde los pacientes puedan acceder a una terapia consensuada y de corto plazo. Además, el Estado debería garantizar los derechos de los enfermos y brindarles contención económica generando empresas sociales, para que puedan acceder a un trabajo y a una vivienda digna.
Algunas redes sociales como Radio La Colifata y Frente de artistas del Borda, son un claro ejemplo de dispositivos donde el arte y la posibilidad de expresarse sanan y derriban muros porque “los locos” acceden y trascienden al mundo de “los sanos”. A pesar de que estas prácticas tendrían que resultar lógicas y cotidianas, el estigma sobre la locura en la sociedad todavía es muy grande y sólo un trabajo activo tanto en leyes de salud mental, como en educación puede marcar la diferencia.
La lógica manicomial no debería darse, ni en grandes instituciones ni en pequeñas clínicas, donde la terapia sea de tipo asilar y de puertas para adentro, con sistemas de cámaras de televisión que controlen al enfermo. Además de resultar obsoletas, éstas lógicas, no hacen más que seguir discriminando, sin dar un tratamiento de tipo integral, donde la reinserción social sea el pilar fundamental para la recuperación de este tipo de patologías.
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